Katherine Mansfield

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Cuando la buena Sra. Hay volvió a la ciudad luego de su estancia en casa de los Burnell, les mandó a las niñas una casa de muñecas. Era tan grande que el cochero y Pat la llevaron al patio, y la dejaron ahí, apoyada en dos cajones de madera junto a la puerta de la despensa. Nada malo podía pasarle, era verano. Y quizás se le habría ido el olor a pintura cuando hubiera que entrarla. Porque, realmente, el olor a pintura de esa casa de muñecas (“¡La deliciosa Sra. Hay, por supuesto; tan dulce y generosa!”) -el olor a pintura era suficiente para enfermar a cualquiera, en la opinión de la Tía Beryl. Aún antes que la desenvolvieran. Y cuando lo hicieron…
Ahí estaba la casa de muñecas, de un verde espinaca oscuro y aceitoso, realzado con amarillo brillante
Así empieza....

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